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Resiliencia. Un equilibrio dinámico 

Nuestro hábitat y nuestros modos de habitar están en constante transformación. Vivir es asumir una realidad inestable, sometida a un estado de crisis cíclica cuyas mutaciones están sujetas a parámetros de periodicidad, recurrencia y progresión. El control adaptativo sobre estas circunstancias cambiantes es la base de nuestra supervivencia, lo que conocemos bajo el concepto de resiliencia.

La capacidad que hemos adquirido para gestionar nuestro razonamiento lógico y ponerlo al servicio de la vida significa la adaptación a nuevos contextos, por efímeros que sean, y la adopción de nuevos paradigmas sociales en la medida que los anteriores quedan obsoletos.

Precisamente, a diferencia de los cambios que se producen en la naturaleza, todas aquellas transformaciones que se desarrollan en un ecosistema humano sí tienden a un propósito: mejorar globalmente nuestro hábitat. Aunque podríamos sostener que este fin común es una constante, nuestro enfoque suele ser equívoco: las estrategias adaptativas nacen muchas veces de la emergencia y la improvisación, empeñados en adelantarnos a un futuro mientras el presente nos desmiente continuamente. La resiliencia se basa en el enfoque inverso: sacar diagnósticos certeros y precisos de lo ya ocurrido para prevenirnos en ese presente, porque toda transformación es un fenómeno del ahora, y no del mañana.

Evadir esta realidad dinámica a la que estamos expuestos resulta difícil, pero sí podemos estabilizarla, controlar la aceleración y la periodicidad de sus flujos; en definitiva, podemos llegar a un equilibrio dinámico. La resiliencia está directamente relacionada con la recurrencia: por ejemplo, no podemos impedir que se produzcan fuegos de manera intermitente, pero sí podemos prevenir que catástrofes como los grandes incendios que asolaron Australia en 2020 se cronifiquen. Del mismo modo, la reconstrucción de Londres tras el incendio de 1666 fue pensada para evitar otra destrucción a gran escala.

Las buenas prácticas ayudan también para prevenir otras crisis como la del clima, la expansión de pandemias y la destrucción de los recursos naturales. Además de la recurrencia de los problemas, es necesario hacer frente a su progresión. La salud de una sociedad, por tanto, radica en su capacidad de reponerse y superar cada conflicto, traducirlos en advertencias para adoptar acciones preventivas en lugar de reacciones accidentales.